Qué es la buena educación
Exploramos la educación antigua, su relación con el Cosmos y con el Principio Supremo del Ser
En el curso de las siguientes semanas iré publicando una serie de artículos sobre educación. El objetivo final es llegar a comprender qué efectos puede llegar a tener la explosión de la Inteligencia Artificial en el mundo educativo.
Sin embargo, para comprender hacia dónde vamos hay que ver de dónde venimos. Es por ello que dividiré el tema en varias entregas:
Qué es la buena educación
Cómo la educación cambió en la modernidad
Las crisis de la educación contemporánea
Educación e IA
Lo que probablemente pasará
La Buena Educación
Espero que nadie se sorprenda ni se escandalice si digo la siguiente verdad apodíctica: el egresado promedio de cualquier universidad prestigiosa del ‘primer mundo’ sería considerado, según los estándares de cualquier universidad medieval o de cualquier academia griega, como un grandísimo y perfecto retrasado mental.
No se puede discutir el hecho de que la educación contemporánea tiene como único objetivo anular al ser humano—castrar sus potencias físicas, sensibles, emocionales, intelectuales, poéticas, espirituales…
Sin embargo, esto no fue siempre así, ni lo será por siempre, espero. Existió, en tiempos no tan lejanos, la Buena Educación. ¿En qué consistía?
Toda buena educación parte necesariamente del reconocimiento de que el hombre es una criatura caída—pero redimible. Somos seres con capacidades increíbles, capaces de llegar a extremos sublimes de bondad, de potencia, de belleza o de compasión. Sin embargo, todas esas capacidades deben ser despertadas, actualizadas. El hombre pleno es un ser que debe ser formado y desenterrado del fango de indeterminación que lo recubre desde su nacimiento.
Sin este dogma central, ninguna empresa educativa tiene sentido (¡les estoy hablando a ustedes, Rousseaunianos encubiertos y románticos recalcitrantes!) ¿Qué sentido tiene educar a un hombre que ‘es bueno por naturaleza’?
Esto es que lo que indica la propia etimología de la palabra “educación”, que está compuesta por las raíces latinas e, que significa “de” o “desde”; y ducere, un verbo con los significados de “guiar”, “dirigir” o “extraer”. Educar, pues, significa literalmente “guiar desde” o “arrancar de”. ¿Arrancar desde dónde? El maestro guia al alumno hacia la actualización de sus potencialidades, hacia la realización de su esencia humana. Pero, para ello, debe arrancarlo, extraerlo desde las penumbras en las que se ve envuelto y llevarlo hacia la luz.
Podemos sacar dos consecuencias preliminares de esta meditación etimológica. En primer lugar, que el proceso ‘de extracción’ sólo puede hacerlo alguien que ya haya sido extraído antes. Es decir, sólo puede educar quien ya haya sido educado, quien ya haya salido, al menos parcialmente, de su condición inicial de desorden y que haya perfeccionado su naturaleza. Nadie puede dar lo que no tiene, y nadie puede guiar si no conoce el camino.
En segundo lugar, y este es uno de los puntos esenciales toda toda esta reflexión, la educación sólo extrae al educando para llevarlo hacia algún lugar determinado. En consecuencia, una educación será siempre tan buena como lo sea el lugar hacia el cual se quiera llevar al educando. (Para decirlo con los filósofos, la educación viene siempre determinada por su causa final.) Esta causa final no es otra cosa que la idea del Bien que tenga una determinada época (o una persona o una institución), así como la concepción general del universo y del Ser que anime sus vidas.
En resumen, antes de hablar de los métodos o de los medios de la educación—que suelen ser los mono-temas de este tipo de discusiones—hay que esforzarse por comprender el desde (la naturaleza humana) y el hacia dónde (qué entendemos por Bien, por Ser, por Verdad, por Belleza y por Dios).
La mejor educación
La antiguedad clásica y la edad medieval fueron, sin lugar a dudas, los dos períodos históricos en los que la educación fue más gloriosa. Me refiero a la educación de la Atenas de Pericles, de la Roma de Tácito, de la Francia del obispo Sully, entre muchos otros ejemplos.
Entre otros factores, la educación de estas épocas fue grandiosa por las fuentes que animaban a los hombres que las transitaron—por la idea de Bien que los alimentaba, por la concepción del universo que tenían y por la clase de hombres que pretendían generar.
Sin entrar en mucho detalle, la cosmovisión antigua puede resumirse en el hecho de que los antiguos consideraban tanto al cosmos entero como a la vida humana como una gran liturgia—y que, por ende, la educación debía formar a un hombre apto para participar en estas liturgias.
¿Qué significa que el cosmos y la vida huamana sean una liturgia?
En su fantástico Homo ludens, Huizinga compara a la liturgia con los juegos: ambos fenómenos consisten en una serie de actividades, gestos y rituales que forman un todo que tiene sentido en sí mismo, y en el cual todos los elementos giran en torno a un Principio ordenador central del cual todo surge y al cual todo se remite.
Por ejemplo, si jugar al fútbol implica competir de manera ritual y de acuerdo con ciertas normas en torno al “principio” de anotar la máxima cantidad de goles, también podemos decir que los planetas juegan litúrgicamente a girar en torno al sol-principio siguiendo una serie de movimientos regulares; o que el conjunto del cosmos se desarrolla litúrgicamente según las normas precisas (y secretas) que le ha impuesto el Principio del Ser a la creación material.
Al mismo tiempo, la liturgia de los planetas determina la liturgia de las estaciones solares y lunares, lo cual guía las diversas liturgias sociales, culturales, políticas del mundo humano. Por su parte, las diversas liturgias humanas están dictadas, en parte, por el Principio de la naturaleza humana y la physis del mundo material, y en parte por las modas y costumbres epocales, las cuales derivan de ciertos principios históricos… Creo que se entiende el punto.
El hombre antiguo entendía que tanto la vida humana como el cosmos entero son una serie de liturgias que se simbolizan recíprocamente—la liturgia de la luna y de su atracción al mar simboliza la liturgia del hombre y su atracción por la mujer, la liturgia de las abejas simboliza la liturgia de la organización política, etc. Al mismo tiempo, todo antiguo formado entendía perfectamente que todas las liturgias no son más que pequeños símbolos que encuentran su lugar definitivo en la Gran Liturgia. En otras palabras, todas las liturgias, cósmicas y humanas, materiales e inmateriales, se remiten al mismo Principio. Pero más de eso otro día…
La buena educación consiste, entonces, en el desarrollo armonioso de las potencias humanas —un desarrollo “justo” diría el maestro Platón— de modo que le permitan al hombre participar adecuadamente de los múltiples niveles de la Gran Liturgia y, en última instancia, acercarse y vivir de acuerdo con el Gran Principio.
La educación es, en otros términos, una liturgización del hombre:
La educación del cuerpo mediante el ejercicio le permite al hombre desarrollar la fuerza y las virtudes necesarias para interactuar con las liturgias del mundo material y las del mundo social…
La educación de la sensibilidad y de los sentidos mediante el contacto profundo con la realidad le permite al hombre empezar a experimentar y comprender las liturgias cósmicas, así como la liturgia de la belleza…
La educación de las virtudes le permite al hombre participar en las liturgias sociales, culturales y políticas…
La educación de la razón le permite al hombre participar de la liturgia del cosmos y de la creación, remontándose progresivamente desde lo concreto a lo universal, apreciando el orden, la belleza, el bien, la armonía.
La educación de la inteligencia, es decir, la formación de las capacidades simbólicas y de las capacidades espirituales le permite al hombre comprender que todo lo que es, es más que sí mismo y que todo tiene su orden en la Liturgia Eterna.
Además del carácter litúrgico de la educación antigua, vale notar otras 3 características:
En primer lugar, una de las características esenciales de la educación antigua y medieval era su cáracter unitario y orgánico. Si todo el universo gira en torno al mismo principio, y si la educación intenta remontar al hombre hacia ese principio, entonces el lógico concluir que, a pesar de que la educación antigua tuviera diferentes “partes”, todas ellas tienden hacia el mismo fin. No importa si se trata de aritmética, de música o de deporte, el objetivo es formar el espíritu del hombre, estudiar la creación y remontarse hasta su creador.
En segundo lugar, es necesario remarcar el carácter aristocrático de este tipo de educación. Tener este tipo de instrucción estaba (¡y está!) reservado para los happy few que tuvieran los recursos, el tiempo, el talento y la paz necesarias para emprender un programa de formación que requería mucho tiempo de ocio, varias horas de estudio al día, profesores altamente calificados, un guía sabio que planificara los programas, etc…
En tercer lugar, y como una consecuencia del punto anterior, es muy común ver en escritos antiguos—especialmente de la grecia antigua—la descripción de al menos dos tipos de educación.
Por un lado, tenemos la educación masiva y popular, llamada por Platón educación cívica, que consiste en inculcar en la mayor cantidad de ciudadanos los valores y virtudes (o defectos) que un régimen político necesita para ser estable. Esta fue el único tipo de educación masiva que conoció la antiguedad; y es casi el único tipo de educación que existe hoy.
Por otro lado, tenemos la educación que acabamos de describir, que podemos denominar liberal. Era la educación propia del hombre libre, es decir, propia del hombre con tiempo, recursos y energía suficientes como para dedicarse a la contemplación de las verdades metafísicas y universales. Esta educación no fue, no es, ni será nunca masiva ni popular.
¿En qué consistía la educación liberal? ¿Por qué produjo tantos genios y tantas obras gloriosas?
Todo eso y más la próxima semana…
No te olvides de:
¡Excelente resumen, y glorioso exordio! Creo que lo citaré en mis charlas sobre educación.
Bravo!