La mejor educación que ha existido
¿Cómo era la educación que produjo a los más grandes genios de toda la humanidad?
En el artículo de hace dos semanas vimos que la educación no fue siempre el adefesio que es hoy. Vimos también que existió, en tiempos antiguos, una buena educación. Pueden leer el artículo aquí:
Hoy exploraremos cómo era la mejor educación.
Si alguna vez escucharon a alguien—quizás algún alumno de 18 años—preguntar de mala gana “para qué sirve la matemática?” o “por qué tengo que estudiar todo esto?”, muy probablemente hayan escuchado también respuestas de este estilo: “…”, “no sé”, “porque sí”, “porque lo dice el colegio” o, la peor de todas, “para ponerte un negocio cuando seas grande”.
Estas son las contradicciones y sinsentidos que genera el sistema educativo esclavizante en el que casi todos fuimos educados.
Por suerte, hay una salida.
Hay (o al menos hubo) una forma de educar que, ante la pregunta por el sentido del estudio de las matemáticas, hubiese respondido algo así: “porque la matemática describe el movimiento que las potencias angélicas imprimen a los astros superiores” o “porque la matemática te permite afinar al entendimiento para remontarte al principio supraesencial de todo el cosmos” o aun “porque no hay mayor deleite que el estudio de la proporción en sí y de la precisa danza de las cantidades discretas”.
La forma de educar que permitía este tipo de respuestas fue la que produjo muchos de los grandes genios de todos los tiempos, así como la mayoría de los hitos civilizacionales y culturales de la humanidad.
Veamos cómo era…

El hilo conductor
¿Qué tienen en común Platón, Aristóteles, Cicerón, Al-Farabi, Alejandro Magno, San Agustín, Santo Tomás y tantas otras de las grandes mentes de la historia humana?
La respuesta es que todos ellos fueron educados en alguna variación de un sistema educativo antiquísimo que hoy conocemos bajo el nombre de “artes liberales”.
¿Qué son, pues, estas artes liberales?

El concepto de “artes liberales” comenzó a ser utilizado en el siglo VI por monjes medievales como una manera de sistematizar todos los saberes universales que pertenecen naturalmente al hombre libre—artes liberales significa literalmente “saberes que pertenecen al hombre libre”.
Estas “artes”—hay que entender “arte” en un sentido de “doctrinas” o “saberes”—eran aquellos saberes fundacionales que vivían en occidente hacía decenas de siglos; saberes que debía encarnar cualquier hombre que quisiera vivir de manera libre y participar libremente de las liturgias humanas y divinas.
¿Las artes liberales son saberes?
Hay un término que merece algunas precisiones etimológicas. Cuando decimos que las artes liberales eran “saberes” universales, hay que tener en cuenta que la palabra “saber” tiene dos sentidos—uno primario y otro derivado.
Este último, al cual estamos más acostumbrados, es el significado intelectual o cognoscitivo de la palabra: ‘saber’ algo es conocerlo, poseerlo intelectualmente. En esta acepción, las artes liberales son los saberes-conocimientos a los cuáles sólo accede el hombre libre, esto es, el hombre que no está atado, ni por necesidad ni por vicio, a las urgencias materiales, sino que puede mirar más allá de su estómago e indagar los misterios de la creación. Entre estos saberes se encuentra la matemática, la geometría, la astronomía, la música, la filosofía, la teología…
Más aun, estos saberes son los conocimientos que necesita ese hombre libre para ser realmente libre—las ideas universales que iluminan su intelecto para comprender la realidad y para actuar libremente.
Sin embargo, el sentido cognoscitivo del “saber” es derivado de uno más primordial y más fundamental. “Saber”, del verbo latino sapere, significa, antes que nada, “tener gusto”, “saborear”, “gustar”.
Las artes liberales no son, pues, única ni exclusivamente conocimientos que han de ser poseídos intelectualmente, como quien posee una galleta en su bolsillo o una idea en su memoria. Se trata más bien de aprender a afinar el propio acto de saborear. No sólo aprender cosas, sino aprender a aprender, afinar las potencias y hábitos mediante las cuales accedemos a la realidad.
Para seguir con la metáfora del saber, las artes liberales no enseñaban sólo tal o cual receta, sino que buscaba enseñar cómo separar o combinar los conocimientos/alimentos, aprender a distinguir cuáles son ‘comestibles’ y cuáles no, aprender a degustarlos correctamente y, finalmente, saber cómo incorprorarlos correctamente a nuestro cuerpo.
Combinemos ahora ambos sentidos del saber:
A diferencia de la educación industrialista de la modernidad, que sólo pretende inocular en el hombre una serie de saberes racionales y desconectados de la realidad para producir buenos obreros, la educación liberal antigua tenía como su tarea más alta desplegar la esencia humana hasta su más alto potencial. Esto se lograba no mediante la memorización de “materias”, sino a través de una cuidadosa formación de las capacidades o potencias que nos permiten aprender esas materias.
El objetivo no era llenar la memoria de catálogos de datos. Se trataba de formar las potencias que nos permiten ser amos y señores de la realidad.
Más aun, la mejor de las educaciones es la que propone saberes que nos piden ser saboreados, y no sólo conocidos. Es decir, saberes que deben ser in-corporados, palateados y deglutidos. Son saberes nos hacen libres, pero sólo a condición de ser saboreados con todo nuestro cuerpo, con todas nuestras potencias—desde las más bajas hasta las más altas— y no sólo con la razón.
Para el hombre antiguo y medieval, la libertad nacía de esta incorporación de la Verdad y del Bien en cada una de nuestras acciones, en cada una de nuestras células, y no de una mera posesión congnoscitiva de verdades. Y la única manera de hacerlo es preparando la sensibilidad, la razón y la inteligencia para poder abordar la realidad y comprenderla en múltiples niveles de profundidad.
En resumen, la educación antigua, se centraba en enseñar al alumno cómo percibir, cómo pensar, como hablar, cómo convencer y cómo actuar.
¿Cómo funcionaba esto en concreto?
Los 4 Pasos
Podría decirse que la educación en artes liberales tenía cuatro pasos.
1. Contacto con la realidad
Este paso hubiese sido más o menos dado por supuesto durante gran parte de la historia de la humanidad, pero no en nuestros días. La educación sólo puede funcionar bien si el educando ha tenido, desde chico, un contacto profundo con la realidad material que lo llene de asombro, que nutra su imaginación, su memoria y sus sentidos, que le de una primera forma a su inteligencia.
Otra forma de verlo es la siguiente: qué clase de interés en temas liberales se le puede exigir a alguien que nació en una caja de concreto bajo luces azules, que vivió toda su infancia en una caja de concreto viendo imagenes televisadas, que nunca tocó un animal, que nunca vio una estrella, que nunca sintió el cambio de temperatura en un atardecer… en fin, que nunca vio ni sintió nada real. Imposible. (La mayor parte de la humanidad vive hoy en esta situación imposible.)
En el mundo antiguo o medieval, alguna clase de contacto directo y profundo con la realidad creada era inevitable. Y es precisamente esta riqueza de imagenes y de sensaciones, junto con la curiosidad y el asombro que generan, lo que sirve de base para erigir una buena educación.
No hay que olvidar otro aspecto fundamental: la cultura física o deporte. La imagen del académico blanquecino, débil y enervado es una invención muy tardía. Los antiguos sabían muy bien que una mente sana y una sensibilidad despierta sólo pueden vivir en un cuerpo sano y fuerte—a tal punto que el padre Platón dice que el ejercicio físico es el 50% de la educación.
Razonamientos precisos y fuertes dependen de músculos precisos y fuertes; decisiones equilibradas dependen de humores equilibrados. Platón se veía así (no es chiste):
2. Trivium: el método de pensar
El Trivium—en latin “tres vías”— se componía de gramática, lógica y retórica. Estas tres vías son los fundamentos de todo aprendizaje. Es la fundación de las capacidades que permiten al hombre comprender la realidad y actuar en el mundo.
Es importante entender que Trivium no estaba compuesto por “asignaturas” o “materias” en el sentido en que las entendemos hoy en día. La gramática, por ejemplo, no es una carpeta de contenidos estipulados por el gobierno que han de ser taladrados en el cerebro de un niño, sino que es una capacidad, una herramienta—la habilidad de comprender correctamente el lenguaje—que se puede desarrollar a través de muchas “materias”.
Como las habilidades no pueden ejercitarse en el vacío—no se puede aprender a ser carpintero agitando un martillo en el aire, dice la gran D. Sayers—el alumno antiguo aprendía gramática principalmente a través de la lengua latina. Esto le permitía, al tiempo que aprendía los fundamentos de la lengua, memorizar poesía aprender historia, analizar la Escritura, etc.
Al tratarse de habilidades, antes que de asignaturas, el Trivium permitía una gran flexibilidad a la hora de ir enseñando orgánicamente algunos “contenidos”. En resumen, no hace falta que un niño tenga 15 “asignaturas” por año durante 8 horas al día. Con tres basta.
Lo mismo sucede con la lógica y la retórica.
Si la gramática enseña a comprender correctamente el idioma, la lógica enseña cómo usarlo correctamente: cómo armar una definición, cómo definir un término, cómo argumentar y cómo detectar falacias. En definitiva, cómo pensar correctamente sobre cualquier materia que se nos presente.
La lógica también necesita de una materia para ejercitarse. Además de los ejercicios clásicos de lógica formal esta capacidad dialéctica se ejercitaba mediante debates y análisis de obras históricas o literarias. Por ejemplo, si un alumno leía, en gramática, la vida de Julio César de Plutarco, luego, en lógica podía analizar tal o cual argumento de Cesar, buscar las falacias del Senado, jugar por turnos a ser Cesar o Catón, etc.
En la misma línea va la retórica. El alumno aprendía a hablar correctamente, luego ejercitaba cómo pensar correctamente. El tercer paso consistía en aprender cómo expresarse de manera convincente y persuasiva—de nada sirve la verdad si no la podemos compartir.
En la retórica el alumno debía poner todo lo aprendido en práctica: sus conocimientos del idioma, su práctica lógica y sus conocimientos históricos y literarios para defender una posición o convencer a sus compañeros de un argumento tal. Además de enseñar las partes del discurso, la retórica enseña una plétora de virtudes—honestidad, prudencia, temperancia, etc—así como una buena dosis de psicología práctica, puesto que hay que conocer al hombre para saber cómo convencerlo.
3. Quadrivium
Una vez que el estudiante terminaba con el Trivium, estaba preparado para comprender cualquier tema que se le presentara de manera lógica y ordenada, así como preparado para debatir sobre él con cualquier persona.
Una vez que ya dominaba los fundamentos del arte de aprender—el acto mismo de saborear el conocimento—, el alumno podía dedicarse de lleno al estudio de la realidad en diversos niveles de profundidad.
Las cuatro vías que componían el Quadrivium—aritmética, geometría, música y astronomía—presentan el mismo caracter ‘doble’ que el trivium y que la palabra “saber”: por un lado, enseñan cosas y aspectos sobre la realidad. Por el otro, preparan al intelecto para captar grados cada vez más elevados de verdad, y acceder a ámbitos cada vez más cercanos al Principio de toda verdad.
Como explicar cada una de estas vías sería ocasión para otro largo artículo; como no soy experto en el tema y como, además, hay gente que sabe mucho más y lo explica mucho mejor—por ejemplo, Roberto Helguera en este video—sólo veremos el Quadrivium de manera muy rápida (y poética).
Hay varias maneras de entender la vía común y única que nos ofrecen estas cuatro disciplinas. El enorme Proclo dice lo siguiente en su comentario a Euclides:
Roberto Helguera define al Quadrivium de manera poética:
En todo caso, lo importante es que el Quadrivium nos introduce, lenta y progresivamente, en el lenguaje del Principio único y eterno alrededor del cual se estructura todo nuestro universo. Para retomar lo visto en el artículo anterior, nos va introduciendo en las distintas liturgias que componen el universo, al tiempo que le da a nuestro entendimiento una forma adecuada a esas liturgias.
Cabe mencionar que hay una perfecta continuidad entre el Trivium y el Quadrivium. Las disciplinas de este último se aprendían utilizando el mismo método que en el nivel anterior: se aprenden los fundamentos, por ejemplo, de la geometría (gramática), se los pone en acto con ejercicios (lógica) y se los debate o demuestra en comunidad (retórica).
La geometría y la aritmética nos sumergen en el mundo del orden, de la proporción y de la armonía. Ambas disciplinas preparan al entendimiento y a los sentidos para buscar o producir orden en la realidad—la aritmética lo enseña en el reino de lo discreto (las cantidades abstractas), y la geometría en el de lo continuo (la magnitud en el espacio).
Los fundamentos racionales aprendidos en estas disciplinas son aplicados luego a la música, en donde se puede ver en acto, o mejor dicho en movimiento, la danza de los números, de las proporciones, de las magnitudes y de las armonías. Lo que antes eran números abstractos ahora son grados musicales, armonías, consonancias y dionancias; lo que antes eran círculos y cuadrados bien proporcionados ahora son longitudes de cuerdas y proporciones entre modos. Más aun, la música mostraba que, cuando la armonía se imprime en la materia produce belleza.
La música no sólo enseña a ver y a producir armonía y orden en movimiento, sino que también nos enseña de sus efecto en el espíritu humano—diferentes modos musicales tienen diferentes efectos sobre nosotros—y nos obligan a afinar sa sensibilidad y los sentidos.
Por último, la astronomía nos muestra que la armonía no sólo existe abstractamente en los números y que el orden no sólo existe en las leyes de la música y en los instrumentos creados por el hombre. Al contrario, las leyes de los astros, la armónica danza de las estaciones y de los planetas nos muestran que el universo entero está regido por la Armonía y el Orden.
Aquí es donde finalmente se responde la pregunta de nuestro adolescente rezongón: la matemática no se estudiaba “porque sí” o para “poner un negocio”. La matemática se estudiaba porque nos permite descubrir la armonía secreta y eterna que gobierna todos el universo. Se estudiaba porque permite descrifrar cuáles son las leyes de la belleza, porque nos permite edificar monumentos gloriosos, componer cantatas celestiales, entender las estaciones, los movimientos del cielo.
Más aun, la matemática—y todo lo que la sigue y antecede—nos permite comprendernos a nosotros mismos y orientar nuestra vida de manera virtuosa y ordenada. Se estudiaba porque es una parte esencial de las liturgias humanas, naturales y divinas, de cuya correcta comprensión y encarnación depende la felicidad humana.
4. La síntesis y el ascenso: Filosofía/Teología
El joven que hubiese cursado satisfactoriamente las siete vías de la sabiduría estaba en perfectas condiciones para enfrentarse al mundo. Podía razonar, conversar y persuadir a cualquier persona sobre la verdad de cualquier tema.
Sin embargo, estas vías son apenas el comienzo de la verdadera Sabiduría. Eran, según el monje Casiodoro, una mera preparación para la Sabiduría Eterna y Universal que se encuentra en la Filosofía y en la Teología.
El movimiento desde las artes liberales hacia la filosofía y la teología es uno tan necesario como obvio:
Si el cosmos es armónico y ordenado, ¿Quién lo ordenó y Quién lo armonizó? De ahí que sea necesario preguntarse sobre Dios.
Si estas cosas son y estas ya no son más, ¿qué es el ser mismo? De ahí el salto a la metafísica.
Etc.
Así pues, luego de dominar los métodos de aprendizaje (Trivium), y luego de aplicarlos y perfeccionarlos en el estudio de la realidad (Quadrivium), el estudiante liberal debía proseguir su camino hacia la Filosofía y la Teología. Estas doctrinas le permitían unificar todo lo que había aprendido en fundamentos universales y seguros, y le proporcionaban la más alta y digna materia sobre la cual usar sus capacidades.
Ejemplo: cualquier catedral
Cualquier catedral medieval es un ejemplo perfecto e inmejorable de todo lo que hemos dicho.
¿Cómo hicieron los arquitectos antiguos para diseñar monumentos tan preciosos, tan eternos en sus cimientos, tan perfectos en sus simetrías, tan armónicos en sus tamaños?
¿Cómo hicieron para que las liturgias que allí se celebraban estuvieran en consonancia con las liturgias de los planetas; que las iglesias estudieran alineadas al milímetro con las diferntes estaciones y momentos del año?
¿Cómo hicieron para llenarlas armónicamente de símbolos complejísimos, con capas y capas de significados ocultos y profundísimo?
¿Cómo hicieron para convertir a las Iglesias en libros abiertos que transmiten la historia divina y el mensaje del Evangelio sin necesidad de palabras?
¿Cómo hicieron para que los frontispicios de las Iglesias siguieran las mismas leyes que rigen a la música e incluso las mismas que rigen a los astros?
Entre muchos otros factores, lo hicieron con la mejor educación.
¿Qué pasó, entonces?
¿Cómo se arruinó y de qué manera?
¿Cuándo cambió?
Eso y más la semana que viene…
Qué claridad para hacernos seguir el hilo explicativo!!! Gracias por eso, y de una manera TAN clara.