Historia metafísica del color verde
Pensamientos semanales #11: Desde vigor virtuoso hasta instrumento del imperio norteamericano
La semana pasada hablamos sobre la historia espiritual y metafísica de las palabras. Para resumirlo muy brevemente, las palabras no sólo tienen significado por su relación con otras palabras que la rodeen, sino que también lo tienen por su relación con su pasado–tanto su evolución como su uso en épocas y culturas pasadas alteran como esta palabra actúa en la realidad y en nosotros. Si no lo han hecho, pueden leer el artículo aquí:
En el artículo de hoy veremos un ejemplo muy claro de lo que llamamos “lectura genética” o “lectura vertical” de las palabras. Veremos la historia de la palabra “verde”, y cómo pasó de significar “virtud indoeuropea” a "sumisión incondicional al estado”.
El verde de antes
Nuestra palabra “verde” proviene del término latino viridis, que significa “verde”. A su vez, el término viridis está emparentado con la raíz protoindoeuropea *wiro, que denota aspectos como “fuerza”, “crecimiento” o “expansión”. Tanto en su versión latina como en su reconstrucción indoeuropea, esta raíz está emparentada con una serie de conceptos que forman un interesante y profundo rompecabezas metafísico.
La raíz *wiro está detrás de varios conceptos vertebrales de la tradición occidental: además de “verde”, este término nos ha dado las palabras latinas para “hombre” (vir), para “virtud” (virtus) y para “fuerza” (vis). También tiene una estrecha relación con los conceptos de “vitalidad” y de “verija”, es decir, con los genitales.
Para seguir con el primer ejemplo, la palabra viridis, deriva, según los lingüistas, del verbo virere, que significa “estar floreciente” o “estar vigoroso”, e incluso “crecer o reverdecer”. Esta filiación etimológica queda atestiguada en el hecho de que la misma palabra “verde” se use, en el latín, como sinónimo de “juventud”, de “fuerza”, “vigor” o “expansión”.
En un pasaje muy evocativo, Schopenhauer dice que los motivos de vegetación en el arte nos producen felicidad y energía porque
en la vegetación, la ley de la pesadez aparece como suprimida, dado que el mundo vegetal se dirige hacia una dirección totalmente opuesta [a la de la materia inorgánica]. El fenómeno vital se anuncia directamente como un orden de cosas nuevo y superior. Nosotros mismos dependemos de él; estamos relacionados a él, es el elemento de nuestra existencia. (…) Es, pues, antes que nada por su actitud vertical que el mundo vegetal nos encanta[1].
Sin embargo, nota Schop., a diferencia del mundo animal, que representa este impulso vertical en movimiento, con gran ímpetu y a menudo con gran violencia, el mundo vegetal nos presenta la vitalidad en estado de reposo, de perfecta paz.
La relación filológica y filosófica de todos estos términos no tiene nada de casual.
La verdadera virtud, en cambio, está justo en el medio de estos dos extremos: consiste en ordenar o armonizar las potencias humanas de modo tal que nuestra vida pueda alcanzar su máximo poder, su fuerza más expansiva, el máximo de placer y de felicidad… su estado más “verde”.
Si la virtud tradicional (es decir, la virtud que se enseñó desde Homero hasta los verdaderos filósofos del siglo XX) insiste en refrenar algunos impulsos ‘poderosos’ (como el impulso sexual, la violencia, el orgullo…) no es porque sean intrínsecamente malos (como insiste la degeneración protestante), ni porque haya una conspiración bimilenaria para convertirte en un eunuco invertebrado. Muy por el contrario, la mesura y el equilibrio exigidos a las potencias más fuertes es debido a que necesitamos toda su energía para dirigirlas hacia algo más alto, hacia algo más grandioso.
Necesitamos transformar, por ejemplo, el impulso sexual ciego en amor ordenado y divino; necesitamos transformar la pura violencia en pasión por una Gran Tarea. Sin esa armonización y sin esa subordinación a un principio más alto, todo ese poder bruto se vuelve estúpido, ciego y, por lo tanto, sumamente débil. Para poner otro ejemplo verde, las plantas más vigorosas y expansivas son aquellas que pueden crecer más rectamente hacia la fuente de todo bien, el sol, sin gastar energía en ramificaciones inútiles o contraproducentes; y para ello es necesario que se le poden (o restrinjan) muchos impulsos inútiles de lateralización.
Dos ejemplos de la potencia verde— fuerza dirigida hacia lo alto:
Este profundo significado del verde queda atestiguado visualmente en muchas y diversas tradiciones artísticas. El verde es usado, en la Iconografía ortodoxa, como símbolo de la creación, de la regeneración y del crecimiento espiritual. Más significativo aún es el uso del verde reservado a los mártires: aquellos hombres que, en un acto de amor máximamente poderoso y expansivo, dieron su vida por el reverdecimiento de la Fe. Son, según Tertuliano, la semilla de la Iglesia:
Algo parecido sucede con los verdes de Van Eyck, quizás los más poderosos y vitales que hayan existido. Piensen sino en la energía ascendente y eternamente fluyente de los cipreses de Van Gogh:
El verde de ahora
El uso del verde que estamos acostumbrados a ver en nuestros días tiene poco y nada que ver con el verde de la virtud y de la fuerza. A veces los términos pueden ser vaciados por dentro y por debajo: se los abre por dentro y se les reemplazan todos los órganos, de modo que, aunque por fuera se vean iguales, su actuar es completamente distinto. Por otra parte, se saquean y profanan las tumbas de todos sus antepasados honorables, de modo que quienes quieran rastrear su abolengo y descifrar su identidad pasada queden con las manos vacías.
Eso fue exactamente lo que sucedió con el color verde y con todo su trasfondo espiritual y metafísico. En cualquiera de sus usos políticos o culturales modernos, hoy “verde” significa “progresismo teleológico”, “afiliación irreflexiva a los mandatos estatales”, “sumisión completa a la moda de turno”.
Todos los países conocen alguna forma de movimiento político “verde”, grupos más o menos organizados que luchan por las “energías verdes”, el cuidado del medio ambiente, los autos eléctricos, sacrificar niños en minas de cobalto y masacrar granjeros neerlandeses, digo, cuidar las ballenas.
Más allá de que los objetivos políticos particulares perseguidos por estos grupos sean generalmente falsos y sostenido por mentiras y prejuicios, todos ellos comparten un modo parecido de obra, modo que podríamos llamar “estrategia verde”: consiste en usar varias “razones verdes” para eliminar el poder de todas las entidades independientes y subordinar todo al poder estatal.
Esto es cierto tanto a nivel de las naciones como a nivel internacional:
A nivel nacional, los gobiernos se escudan en toda clase “motivos verdes” —desde el aborto hasta los gases de invernadero— para aniquilar cualquier tipo de industria o iniciativa provada en la cual todavía no haya puesto sus garras:
¿un pequeño granjero vendiendo carne de buena calidad? “¡¡Clausurado!!, grita el ministerio de ecologaya, sus 10 vacas contaminan la atmósfera con sus pedos letales. Todo tiene que ser producido en nuestros mega-galpones mordorianos agroecológicamente certificados.”
¿un pequeño colegio brindando educación sensata y de buena calidad? “¡¡Clausurado!!, gritan los jerarcas, sus currículas no enseñan los contenidos de la revolución verde. Los niños sólo puede leer de fuentes autorizadas por el ministerio de educación sexual”.
La “estrategia verde” consiste en usar varias “razones verdes” para eliminar el poder de todas las entidades independientes y subordinar todo al poder estatal.
El ejemplo más claro de todo esto es lo que está sucediendo exactamente ahora en los Países Bajos, en donde el gobierno quiere expropiar las tierras y los negocios a más de 3000 granjeros independientes con la excusa de cumplir con los estándares “verdes” de emisión de carbono de la agenda 2023. Un ejemplo paradigmático de la estrategia verde: usando una excusa falsa y sin ningún contacto con la realidad pueden hacerse con el control de toda la producción ganadera de un país—y de un continente. Y todo enmascarado de moralina verde-ecologista:
A nivel internacional es más de lo mismo, pero con menos variación. Toda la farsa verde (nuevamente, en cualquiera de sus tipos, desde revolución feminista hasta revolución ecologista) no es sino un instrumento del imperio norteamericano para controlar a sus provincias periféricas. Dado que son ellos quienes establecen las “normativas verdes” que hay que seguir internacionalmente, y dado que son ellos los mandamases de las ONG y los tratados que imponen su cumplimiento, es fácil concluir que son ellos los principales beneficiarios de toda esta estrategia verde.
Exactamente lo mismo aplica a todas las “corrientes verdes” de las izquierdas multicolores y de las Karens adictas a facebook: una bala más en el amplio arsenal del estado progresista.
En resumen, la “estrategia verde” le da al Imperio la excusa perfecta para invadir países de forma soft, influenciando sus leyes, su política, su cultura, sus medios, todo bajo la apariencia de estar salvando el planeta. (Así lo ha explicado inmejorablemente mi amigo
en un artículo que les recomiendo mucho leer).Todo esto nos da una triste parodia del verde antiguo. Si aquel era símbolo de fuerza, expansión y virtud, el verde de nuestros contemporáneos significa creciente esterilidad, control total y desenfreno.
Muerte a los verdes, entonces, y arriba el Verde.
Como siempre, si te gustó este artículo, compártelo con tus amigos, dale “megusta” y suscríbete para recibir las nuevas entregas en tu correo.
[1] “Metafísica de lo bello y la estética” en Parerga et Paralipomena.