Pensamientos semanales #2: música, belleza, fealdad, Amiano Marcelino y la caída de Roma
Bienvenido, querido amigo. Ponte cómodo, dale play al video y disfruta de algunos pensamientos de esta semana.
1) Un hábito necesario: la “escucha correctiva”
Mi buen amigo Karl Böhm Respektor –injustamente aniquilado por los einsatzgruppen de moderadores de twitter– solía hablar de un concepto muy interesante: la “escucha correctiva”. No importa de dónde vengas ni quién seas, si tienes la desgracia vivir bajo el signo de esta malhadada época, es muy probable que vivas constantemente asediado (o, mejor dicho, constantemente violado) por la más abyecta fealdad que pueda imaginarse: en el mismo momento en que escribo estas líneas, una venus paleolítica resucitada y vestida con calzas color piel (¡bienaventurados los ciegos!) escucha el último hit de Drake en su celular (¡bienaventurados los sordos!), formando un extraño contrapunto con las canciones de navidad del centro comercial de la esquina.
La omnipresencia de la fealdad es particularmente fuerte en el caso de la música: no importa dónde estés ni qué estés haciendo, es muy probable que haya algún tipo de sonido perverso diseñado específicamente para acallar tu esencia humana y transformarte en un imbécil pulsante y deseante—sonidos pútridos salidos de las cloacas más profundas del intestino de algún rapero lobotomizado y literalmente esclavizado por un equipo de managers homosexuales de San Francisco. La totalidad de la música actual es el himno de un determinado estado espiritual y físico, así como de una determinada clase de ser humano –lo más bajo de lo bajo, lo más deforme de lo deforme.
Es por eso que mi amigo Karl Böhm EXIGE que hagamos a diario una sesión de escucha correctiva: Consiste en escuchar atenta, deliberada y conscientemente las grandes obras de la tradición occidental, de manera que el parámetro de base de nuestro oído y de nuestro espíritu, es decir, lo que tarareamos mientras vamos al baño o lo que usamos de piedra de toque para juzgar la música en general, sea una línea de Bach y no la línea del culo del rapero de turno. No es sino lo que proponen todas las filosofías y las religiones sanas: hay que ser népticos día y noche; hay que vigilar qué escuchamos; hay que purgar el cuerpo, el intelecto y el alma diariamente para evitar la putrefacción.
(Ver más abajo lo que dice Ammiano Marcellino sobre la música en tiempos romanos)
En su canal de yutúb encontrarás la flor de la música occidental. Sólo lo mejor de lo mejor logra pasar los exquisitos filtros de KBR.
2) ¿Por qué todo es tan feo?
Tanto la Segunda Ley de la Termodinámica (“que el estado de entropía de cualquier sistema cerrado siempre incrementará con el tiempo”) como la revelación del Pecado Original explican lo mismo: la fealdad, el desorden o la disolución son el estado al que tiende naturalmente la mayor parte de la humanidad. Cuando es librado a sus impulsos inmediatos, la mayoría de los hombres tienden irremediablemente a caer en un estado de confusión y desorden en todos los ámbitos de su vida, desde lo más interior (moral e inteligencia), hasta lo más exterior (arte, política, relaciones).
Muy por el contrario, la belleza es quizás el estado de cosas que más radicalmente difiere de la inmediatez humana. La belleza es un modo de organizar la vida y la materia (intelectual, espiritual o física) que implica una inversión enorme de energía –energía física, intelectual y espiritual– y que sólo puede surgir cuando nace un genio, es decir, cuando aparece un hombre con un grado de energía intelectual y sensible superior a la del normal de los hombres; o cuando tales hombres geniales crean unas condiciones sociales, políticas, económicas y culturales tales que permitan que un mayor porcentaje de hombres puedan desligarse del yugo de las necesidades vitales inmediatas para dedicar algo de su tiempo y energía a la creación de obras bellas.
(No, cuando hablo de “energía” no me refiero a una teoría materialista o biologista de la vida humana y de la belleza. Me refiero a la “energía” en su sentido más amplio y etimológico posible: enérgeia o energós significan, en griego, “actualización”, “fuerza”, “acción”, “operación”, “fuerza de acción”, “fuerza vital”, etc. A su vez, entiendo a esta energía en todos y cualquiera de los niveles antropológicos: energía para sentir y percibir, energía para actuar, energía para planificar, energía para pensar, etc).
La aparición de belleza en el mundo supone, entre otras cosas, muchísima inteligencia; una sensibilidad depurada y refinada; un conocimiento de las bellezas pasadas; un dominio muy fino de la materia y del cuerpo; capacidad de crear formas nuevas; capacidad de pensar a largo plazo; capacidad de liderar; y un larguísimo etcétera de capacidades y situaciones que, ¡vaya sorpresa!, son absolutamente inexistentes hoy. En un mundo dominado por raperos infectos y managers descerebrados que comparten el mismo horizonte vital (energético) que un esclavo vietnamita es imposible que una ciudad cambie para bien. Imposible que las cosas se vuelvan más bellas. He aquí una tarea para nosotros.
Como decía antes, la mayor parte de nuestros desgraciados congéneres lleva vidas que un griego o un romano no hubieran dudado de clasificar como dignas de un esclavo. La poca energía que queda libre luego de comer comida tóxica, escuchar música pútrida y ver imágenes abyectas es destinada a producir las condiciones mínimas que permiten seguir disfrutando de la misma comida, la misma música y las mismas imágenes. Al mismo tiempo, todas las vías alternativas que serían eventualmente capaces de insuflar divinamente una ráfaga de energía destructora/creadora son cercenadas desde la más tierna infancia: prohibido rezar, prohibido pensar, prohibido ver el mundo real.
Así pues, debido a esto, lamento decirte que la belleza ha sido cancelada hasta nuevo aviso.
Una segunda razón por la cual la fealdad es tan prevalente tiene que ver con motivos más psicológicos y comerciales. Una de las fuerzas motrices más poderosas del ser humano es la de su capacidad de imitación. Todo en nosotros tiende por naturaleza a imitar: desde nuestra sensibilidad hasta nuestro espíritu, pasando por todas las potencias intermedias y por cada una de nuestras células, cada átomo de nuestro ser intenta imitar aquello que se le presenta. Así pues, la vivencia de lo bello vuelve bello y ordenado al hombre, tanto como la ausencia de belleza y las calzas XXL de una ballena terrestre lo vuelven feo y desordenado.
Schopenhauer vio con mucha clarividencia que el orden interior y exterior en el que nos induce la contemplación de la belleza genera un arresto en la voluntad y en las pasiones: en presencia de algo bello nos vemos liberados de los deseos mundanos, de las pasiones bajas, del afán de posesión y de gozo inmediato. Somos libres y soberanos por un instante, equilibrados, plenos, armónicos. No hay más deseo y, por lo tanto, no hay más sufrimiento. Por el contrario, estar asediados de fealdad nos fuerza a entrar en un estado de caos interior que genera más deseo, más desequilibrio interior, más necesidades, insatisfacción, sufrimiento…
La conclusión de esta triste historia es que la fealdad genera muchísimo más dinero que la belleza. Mientras que esta última nos transporta a un estado de plenitud supraceleste, aquella nos lleva a un torbellino infinito de necesidades insatisfechas. Frédéric Beigbeder lo ilustra en un genial párrafo de una de sus novelas:
Hacer que se os caiga la baba, ése es mi sacerdocio. En mi profesión, nadie desea vuestra felicidad, porque la gente feliz no consume.
Vuestro sufrimiento estimula el comercio. En nuestra jerga, lo hemos bautizado «la depresión poscompra». Necesitáis urgentemente un producto pero, inmediatamente después de haberlo adquirido, necesitáis otro. El hedonismo no es una forma de humanismo: es un simple flujo de caja. ¿Su lema? «Gasto, luego existo.» Para crear necesidades, sin embargo, resulta imprescindible fomentar la envidia, el dolor, la insaciabilidad: éstas son nuestras armas.
3) Imperio romano y la decadencia
Las causas de la caída del imperio romano occidental son un problema que subusiste hasta el día de hoy. Basta con ver, por ejemplo, la conocida obra de Alexander Demandt en la que se listan al menos 210 posibles razones por las que cayó la ciudad eterna.
Sin embargo, si algo es seguro es que las llamadas “invasiones” bárbaras sólo cuentan la mitad de la historia. En efecto, muchos de los bárbaros que invadieron Roma no lo hicieron desde afuera, es decir, no se precipitaron desde sus naciones bárbaras con ejércitos bárbaros a atacar el Imperio, sino que lo hicieron desde dentro, como parte del propio ejército romano. La caída de Roma no fue una explosión causada desde afuera (al menos no totalmente), sino que fue una implosión de un cuerpo político enfermo, decadente y cansado.
La larga decadencia y la ceguera política del imperio quedan atestiguadas en el hecho de que hay muy poca literatura del siglo V o VI –los siglos en que se desmoronó todo– que siquiera mencione la decadencia o la caída de algo. La mayor parte del imperio pareció no haberse percatado de que el mundo estaba por terminarse; o, más aun, que el mundo tal como lo conocían estaba terminando hace bastante tiempo. Una de las pocas almas preclaras que vio todo con fuerza profética fue San Agustín.
Otra de esas almas preclaras fue Ammianus Marcellinus, un soldado e historiador romano nacido en el año 330, es decir, más de 100 años antes de la caída formal del imperio, que ya en ese entonces se dio cuenta de que las cosas iban para mal. Amiano nos describe un imperio romano agotado, con una clase dirigente estupidizada por una gloria que había pasado y que no sabían cómo mantener; con una nobleza embotada de lujos pornográficos y dada a todo tipo de excesos; con un populus miserable pero cegado por los vicios… El imperio romano se había vuelto demasiado grande, demasiado obeso, había conquistado a todos los enemigos exteriores de la tierra, pero olvidó que el enemigo interior siempre acecha.
En este sentido, lo que hicieron los generales bárbaros podría ser quizás entendido como una revitalización forzada del Imperio. Odoacro entendió que la junta de viejos decrépitos que estaba al poder sólo iba a producir más desorden y más vicio; que los grasientos y pastosos soldados romanos no eran ya dignos de su nombre y de su pasado; que los filósofos eran perseguidos y hambreados mientras que las actrices y prostitutas eran elevadas a la gloria; que las masas preferían las carreras de caballos a la vida digna. Al ver al imperio cojear, decidió dar un golpe mortal.
“De este modo, los pocos hogares que antes eran respetados por el cultivo serio de los estudios, ahora se dejan llevar por los deleites de una pereza que los enerva, resonando con canciones y con el sonido de instrumentos de viento y de las liras. Y así, en lugar de un filósofo se reclama a un cantante”
Les dejo aquí un fragmento del relato de Ammianus Marcellinus. Es algo largo, pero vale la pena leerlo (o al menos los fragmentos en negrita). No hay nada nuevo bajo el sol:
Pues bien, este pueblo, desde su nacimiento hasta el final de la niñez, en un período que comprende casi trescientos años, soportó guerras en torno a sus murallas. Pero después, entrando ya en la adolescencia, tras esas múltiples calamidades de la guerra, cruzó los Alpes y el mar. Llegada ya la juventud y la madurez, de todas las zonas que comprende el vasto mundo se trajo laureles y triunfos y, ya en los comienzos de la vejez, venciendo a veces tan sólo gracias a su fama, se retiró a una vida más tranquila.
Pero he aquí que el magnífico esplendor de nuestra historia se ve oscurecido por la incultura y ligereza de unos pocos, que no se dan cuenta del lugar en el que han nacido, y que, como si tuvieran licencia plena para sus vicios, caen en el error y en la lascivia. Y es que, como escribe el lírico Simonides , al que quiera vivir feliz y en perfecta armonía le conviene por encima de todo que su patria alcance la gloria.
Otros, en cambio, que consideran como el mayor honor la posesión de carrozas más altas de lo normal y el cuidado pretencioso de sus ropas, sudan bajo el peso de unas capas que, encajadas en el cuello, se abrochan en la garganta, pero que, debido a la excesiva ligereza del tejido, se abren por todas partes con los continuos movimientos, sobre todo de la mano izquierda, de manera que pueden verse claramente los bordes de sus ropas y sus túnicas, que sobresalen algo, dejando aparecer gracias a la variedad de color de sus hilos mil tipos de animales.
De este modo, los pocos hogares que antes eran respetados por el cultivo serio de los estudios, ahora se dejan llevar por los deleites de una pereza que los enerva, resonando con canciones y con el sonido de instrumentos de viento y de las liras. Y así, en lugar de un filósofo se reclama a un cantante, y en lugar de un orador a un experto en artes lúdicas. Y mientras que las bibliotecas, a manera de sepulcros, permanecen siempre cerradas, se fabrican órganos hidráulicos y enormes liras que parecen carrozas, y flautas e instrumentos nada ligeros para las imitaciones de los histriones.
Y, por último, se ha llegado a un grado tal de indignidad que, mientras que no hace mucho tiempo han sido expulsados de la ciudad los extranjeros a causa de una temible escasez de alimentos, así como unos pocos seguidores de las artes liberales, sin que se les permitiera casi ni respirar, en cambio sí se ha permitido la permanencia en Roma de verdaderos séquitos de actrices y de quienes simularon serlo para la ocasión, así como de tres mil bailarinas, no importunadas siquiera, junto a sus coros y a un número similar de maestros de danza.
Y mires adonde mires, puedes ver a muchísimas mujeres de cabello rizado, que, si estuvieran casadas, por su edad hubieran podido ya tener tres hijos y que, sin embargo, mientras desgastan el suelo con los pies hasta el hastío, se mueven con rápidos giros y representan los innumerables caracteres que vemos en las historias teatrales.
En cuanto a la masa de clase indigente y de clase inferior, unos duermen en las tabernas, otros se protegen bajo los toldos que dan sombra en el teatro, que fueron colocados por primera vez por Cátulo durante su mandato en un intento de imitar la frivolidad de Campania. O bien se pelean riñendo por los juegos, haciendo ruidos vergonzantes con sus narices ruidosas al sorber el aire, y si no, lo que es el mayor de sus afanes, se agotan desde el amanecer hasta la noche, ya haga sol o llueva, examinando cuidadosamente cada detalle de las cualidades o de los defectos de los aurigas y de sus caballos.
Y es realmente sorprendente contemplar cómo un número ingente de plebeyos, con las mentes llenas de un ardor apasionado, viven pendientes del resultado de las carreras de carros. Son estas cosas y otras similares las que no permiten que se realice nada memorable ni serio en Roma. Así pues, volvamos a nuestra narración.
El buen Marcelino hubiera estado de acuerdo con la doctrina de la escucha correctiva
Una entrevista que vale la pena ver al respecto:
¡Hasta el próximo viernes!
Si te gustó esta colección de pensamientos, dale like, suscríbete y compártelo con todas las venus paleolíticas que conozcas.